Renovación y modernidad
En un segundo período de trabajo, después de la Primera Guerra Mundial hasta finales de los años veinte, Baumeister disoció la conexión tradicional entre forma y color. Su pintura figurativa se redujo y se abstrajo cada vez más en dirección a la forma geométrica –las formas originales, según Baumeister.
Con el final de la Primera Guerra Mundial se produjeron cambios sociales radicales que también se manifestaron en las artes y la arquitectura. A partir de 1919-1920, Stuttgart se convirtió en uno de los centros de la renovación artística de Alemania, junto con Weimar/Dessau, Fráncfort y Berlín. Muchos artistas, entre ellos Willi Baumeister, consideraron este cambio la oportunidad de expresar un universo formal radicalmente nuevo.
En la obra de Baumeister esta fase se caracterizó por una marcada aspiración a la modernidad. Muchos empezaron a concebir el arte como la expresión visual de una nueva cultura. Para Baumeister esto significó, por un lado, el alejamiento de todo historicismo, por otro, la búsqueda de medios de expresión idóneos para reflejar la transformación social, o incluso adelantarse a ella a través del arte de vanguardia.
En los límites de lo no figurativo
Entre 1919 y 1927 los temas de Baumeister giraban en torno a la figura humana. Al igual que muchos de sus colegas, se acercó a la abstracción buscando una posición acorde con el espíritu de la época. En el umbral de lo no figurativo, Baumeister emprendió un camino –en paralelo a artistas como Kandinsky, Malewitsch o Mondrian– que concedía total autonomía a la forma y el color.
El grupo de obras Energías de superficies (1920-1926) refleja el esfuerzo de Baumeister por encontrar un equilibrio puramente constructivista de la tensión entre los medios pictóricos, excluyendo todo propósito representativo. Al mismo tiempo, el título del dibujo Figura sentada (1926) pone de manifiesto que al artista le interesaban las figuraciones, esto es, la puesta en práctica de un principio de organización con una dimensión humana y, por tanto, social.
La relación entre la construcción y la figura (humana) se ilustra en especial en los cuadros murales.
Cuadros murales
En los llamados cuadros murales encuentra expresión por primera vez el estilo personal de Willi Baumeister. El pintor dispuso composiciones de figuras sobre elementos geométricos básicos como el rectángulo, el triángulo y el círculo en una estructura –realmente o en apariencia– en relieve. Con estas composiciones que remiten a la arquitectura experimentó pronto reconocimiento internacional. A diferencia del expresionismo alemán, que Baumeister rechazaba, este arte no tenía nada de místico. Más bien, se mantuvo puramente objetivo y buscaba establecer una relación con la arquitectura tanto en lo estructural como en lo práctico: Imaginé una arquitectura nueva, aún no existente en aquel entonces, como soporte de esos cuadros murales (Baumeister, 1934).
La figura humana en su estereometría se convirtió para Baumeister en el símbolo de la construcción original de todo lo visible. En este período, su concepción del arte fue el hilo conductor de todos sus trabajos, tanto los figurativos-abstractos como los no figurativos. Elementos horizontales, verticales y diagonales, redondos y angulosos se combinan para llegar a una forma ideal. Centros de gravedad axiales o puntuales confieren estabilidad a las composiciones. Con contrastes cromáticos Baumeister subraya las estructuras en relieve, que refuerza en las pinturas al óleo utilizando papel maché, piezas de cartón y de madera de contrachapado o láminas de metal, manifestando así su afinidad por el cubismo.
El hombre nuevo, el deporte y la máquina
Baumeister concebía la construcción tectónica de los cuadros como sinónimo de la creación de un nuevo mundo fundado sobre formas originales, simples y claras. El hecho de que para este propósito recurriera varias veces al dios Apolo, símbolo de la pureza moral y la moderación, pero también de las artes, subraya sus intenciones.
Baumeister dio forma a la idea de una modernidad basada en estructuras elementales en el grupo de obras de cuadros de máquinas, así como en un gran número de motivos de artistas y de deportes. Estos últimos ya se sugerían en los Jugadores de ajedrez (1924-1925) o Hockey (1924), pero, al igual que los Pintores, solo se convirtieron en un tema específico a finales de los años veinte.
El grupo de obras El hombre y la máquina, característico de mediados de los años veinte, presenta una construcción similar a la de los cuadros murales. El componente figurativo sigue siendo reconocible, pero su referencia inmediata a la figura humana retrocede en favor de ruedas y carcasas (Máquina con cuadrado rojo, 1926) o se elimina casi por completo, como en Máquina (1925). Como en Figura y segmento de círculo (1923), Baumeister recalca a menudo la relación entre el hombre y la máquina y sus efectos recíprocos dibujando un tornillo en el eje de la figura humana.
En la dirección correcta
Esta fase de trabajo tuvo una importancia fundamental para Baumeister. Los éxitos le demostraron que se hallaba en el camino correcto. Numerosos aspectos técnicos y temáticos que elaboró durante este período aparecerían nuevamente en su obra. Entre ellos se cuentan en primer lugar –además de la relación con la superficie y la búsqueda de los estados originales en el arte– la estructuración en relieve y la marcada materialidad gracias a la utilización de medios complementarios (más tarde arena y masilla).
Algunos aspectos ya se sugerían en 1925, pero solo cristalizaron pocos años más tarde, como la línea en movimiento de Ajedrez (1925) o la acentuación cada vez más marcada de la línea y el contorno con respecto a la superficie de color.