Aunque sobre Baumeister pesaba la prohibición de exponer, su obra y su evolución desde 1940 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial fueron muy diversas. La escultura africana, en la que Baumeister veía imágenes universales del origen de la existencia humana, encontró expresión en sus trabajos con un colorido cada vez más intenso. También las formas murales y las estructuras positivo/negativas dominaban su obra, mientras que, junto a la pintura, aparecieron grandes ciclos de dibujos.
Paráfrasis de África
Ya en los años veinte Baumeister había empezado a coleccionar arte no europeo y prehistórico. A diferencia de los expresionistas, Baumeister no tomó el arte africano como un modelo directo, sino que descifró en él los mensajes visuales universales e intemporales: lo mítico, el ritmo, el contacto con la tierra, la parábola y con ello, si se quiere, lo sagrado. Al igual que diez años atrás en el contexto de la pintura rupestre, Baumeister veía en el arte y la cultura africanas la fuerza estimulante, las estructuras ornamentales y las tonalidades que trasladó a su propia sensibilidad formal.
Esta exploración se reflejó en un amplio conjunto de obras durante un largo período que abarcó de 1942 a 1955. Baumeister no ocultaba sus referencias, sino que otorgaba a sus cuadros títulos como África con horizonte amarillo (1942), Africano (Dahomey), 1942, Redoble de tambores (1942) o Owambo (1944). En lo formal, se diferencian considerablemente de las composiciones de Eidos . Mientras que en aquellas predominaban al mismo tiempo las formas difusas y en suspenso, en los cuadros de África nos encontramos con formas más bien angulosas sobre una estructura fija en forma de relieve. De este modo, Baumeister respondía con recursos pictóricos al staccato de la danza africana, dándole una forma nueva.
Pero con sus formas fluidas también hacía referencia directa a la fase pictórica iniciada en 1930. Dentro de una serie de pinturas que evocan un paisaje de figuras cabe mencionar Dedicado a Jacques Callot, de 1941.
La épica y el relieve como formas de tiempo
La prohibición de pintar y de exponer y la amenaza latente sobre su existencia desde el comienzo de la guerra, que culminó con la destrucción de su residencia y su estudio a causa de las bombas, encontró resonancia en sus cuadros. Así pues, creó una síntesis entre sus vivencias personales y el contenido de epopeyas antiguas. En especial, la Epopeya de Gilgamesh era en su opinión la parábola absoluta de la vida humana, de la lucha y la victoria sobre los peligros, del intento de escapar de la caída a través de la vida eterna, pero también de la serenidad estoica de aceptar el propio destino. También otros relatos y motivos antiguos procedentes de las tradiciones mesopotámicas, griegas o bíblicas fueron fuente de inspiración para su trabajo.
De este modo, desde 1942 hasta después de 1945 produjo numerosos cuadros con títulos que aludían a mundos arcaicos, como Gilgamesh y Enkidu (1943), Ur-Nugal (1944), Diálogo arcaico (1944) y algunos más. Baumeister asoció los modelos literarios con el arte prehistórico y antiguo, de manera que las figuras parecían monumentos de la edad de piedra, dibujos incisos y pintura rupestre, pero sobre todo, relieves abstractos, que emergían del fondo de la pintura con una aplicación pastosa del color, resina sintética y masilla.
Mientras que en las series África y Eidos prevalecía el aspecto pictórico, ahora Baumeister daba prioridad al aspecto escultórico de sus figuras. Con un tratamiento en bloque de los elementos pictóricos que se destacan casi en un plano positivo, crea al mismo tiempo un plano negativo, que posee también un valor individual. De este modo logra un movimiento constante en la visión que confiere a la obra una cualidad multifacética.
Multidimensionalidad y esperanza de redención
Los contenidos explícitos nunca se habían correspondido con la concepción de Baumeister de la pintura, y menos aún en este período. En numerosos trabajos, que tituló Perforaciones, encontramos formas marrones o grises azuladas que pueden leerse tanto en positivo como en negativo. El relieve y la perforación son el fondo dos maneras de enfocar el mismo tema. La multidimensionalidad de esta fase se pone de manifiesto en el título elegido para otro cuadro de 1942, Aún sin descifrar.
El cuadro Resto de memoria (1944), que recuerda a la escritura arcaica, está concebido en relieve del mismo modo que Jura y Gilgamesh, pero tiende a reducirse a un dibujo de líneas. De este modo, resulta más ligero y menos amenazante, similar la Composición de rayas sobre lila, del mismo año. Este procedimiento caracteriza también otros trabajos de 1944 como, por ejemplo, las Figuras solares, que por su alegre luminosidad pueden interpretarse como un presentimiento o incluso un conjuro por el final de la guerra, y con ello, por la redención.
Esta intención se subraya con la utilización de la nueva técnica del peinado, con la que podía otorgar una superficie vivaz y llena de luz a los componentes individuales del cuadro. Esta técnica, que le permitía conferir movimiento y dirección a las superficies, fue utilizada hasta bien entrados los años cincuenta. En los dibujos se la encuentra más frecuentemente en la forma de frotado.
Ciclos de dibujos
Hacia el final de la guerra Baumeister se dedicó cada vez más al dibujo. Por un lado, esto responde a la escasez de pintura al óleo y lienzo, por otro, los dibujos le permitían poner en práctica su concepción de un arte original de forma rápida y directa. Además, consideraba que la cualidad de los caracteres de escritura se podía reproducir mejor sobre papel que en gran formato. Como se explica arriba, para Baumeister los personajes de las epopeyas mitológicas y del Antiguo Testamento eran el lenguaje cifrado de un mundo que se había tornado incomprensible. En varias series de ilustraciones trabajó en gran medida sobre esa temática, empezando por Giges (Heródoto), pasando por Gilgamesh, hasta llegar a los libros de Ester y Saúl, así como la historia de Salomé. Todas estas epopeyas tematizan la dominación, la resistencia y la redención. La referencia al nacionalsocialismo es evidente, más aún teniendo en cuenta que trasladó estos ciclos a litografías poco después de 1945 para hacerlos accesibles a un público más amplio después de años de aislamiento.
En más de 500 (!) láminas Baumeister pone en juego toda su capacidad artística. Entre ellas predominaban especialmente las composiciones en relieve, como Gilgamesh VIII y IX o figuras altamente simbólicas y llenas de contrastes, como la lámina Ester XX. Por otra parte, los ciclos parecen ser una especie de testamento de Baumeister, pues en ellos se encuentran representaciones que recuerdan a figuras de los años veinte, a los corredores (Gilgamesh IX), a figuras de Eidos y a ideogramas de los años treinta (Ester XVI) o a los cuadros de África de 1942.
Es indudable que la amenaza que planeaba sobre su obra debido a los bombardeos y a las prácticas iconoclastas nazis condujeron a una inusitada riqueza creadora en el curso de pocos meses, una riqueza que continuaría sin interrupción tras el final de la guerra entre 1945 y 1950.