Sophia-Maria von Waldthausen-Brede (1920-2010) asistió a las clases de Baumeister de 1947 a 1950. Tras estudiar arquitectura trabajó en la Oficina de Construcción de Stuttgart y posteriormente como arquitecta independiente cerca del lago de Starnberg.
Willi Baumeister trabajaba con nosotros y nosotros con él, en un círculo pequeño. Cuando ingresé a su clase, en enero de 1947, ya había alcanzado el número de alumnos que se le permitía. Fui admitida como alumna particular porque había cursado seis semestres en la Academia de Arte de Dresde, de orientación hitleriana. Cuando la Academia no tenía calefacción, la clase particular tenía lugar en mi apartamento o en mi habitación, en la que también vivía Karin Schlemmer con su madre y su hermana, o en el estudio de la casa de Baumeister, pero más tarde sobre todo en la ruina. El trabajo en un círculo íntimo creaba un ambiente de compañerismo. Corregir consistía en dejar encontrar, dejar pasar; enseñar y vaciar era como inspirar y espirar. Un intercambio fluido de enseñar, aprender y hacer. Adjudicación de pequeños encargos. Empresas conjuntas.
Willi Baumeister nos impulsaba a tomar nuestras propias decisiones. Su potencial pedagógico coincidía plenamente con su naturaleza. Era un buen maestro, pero no era un profesor universitario al uso. Por ello no puedo hacer ninguna conjetura sobre su trabajo cuando después la enseñanza se convirtió en actividad de masas. (Doris Kümmel refiere que cuando visitó la clase de Baumeister en la Academia había entre 60 y 70 alumnos en el aula). Es por eso que es muy difícil, si no imposible, hacer generalizaciones. A esto se añade que en aquel tiempo una diferencia de edad de seis a ocho años constituía una brecha más profunda que la que hay entre generaciones. Aparte de la libertad de consumo resultante, del accionar orientado al mercado, del querer hacer dinero, se había producido un cambio radical en la cosmovisión, un cambio sustancial de mentalidad. Un cambio, como se diría ahora, en la motivación.
Sobre esto Paul Baur escribió: Fue una decisión eminentemente política, después de doce años en los que había imperado la incultura, con ella todavía impregnada en la familia e incluso en la sociedad, cambiar de rumbo asumiendo los riesgos. Actué siguiendo un imperativo intuitivo, buscaba un regulador, orientación moral y espiritual. Willi Baumeister me era totalmente desconocido. Nunca había visto una obra suya. Me era suficiente que hubiera sido proscrito. Corrí el riesgo. Aquí no tenía cabida ninguna intención calculadora, como por ejemplo querer beneficiarse del renombre internacional de Baumeister. Los demás, los liberados de campos de concentración, los soldados, también las mujeres, los eximidos servir en el frente, todos ellos habían acudido a Baumeister con una motivación similar.
Nosotros improvisábamos nuestros estudios en una Academia improvisada, que sin embargo se reconstituía según los patrones convencionales; una Academia que consideraba a Baumeister un factor de inseguridad y en la que fue integrado con cautela. Nosotros también formábamos un cuerpo extraño. Nos relacionábamos mejor con los estudiantes de arquitectura que con los compañeros de las otras clases de pintura.
Apenas recuerdo la primera exposición de alumnos en 1949. Es probable que hubiera viajado para presentar mis diseños textiles a empresas de estampado de Westfalia. Si de todos modos estuve presente, fue gracias a una compañera que descolgó algunos de mis trabajos de las paredes de mi apartamento y los incluyó en la exposición.
Paul Baur: Las otras clases de pintura exhibieron arte, nosotros, en cambio, solo ejercicios, estudios, experimentos, análisis. Egon Kingerten llamó la atención por su estudio y descomposición de una reproducción de Rubens (Las tres gracias) en cuanto a su estructura, dinámica, manejo de la luz, etc.
Esta exposición –Klaus Erler dice haberla visto en Hamburgo– pudo tener su importancia para la historia de la Academia. Pero para nosotros no fue importante, más bien irrelevante, quizá ni siquiera aceptable. ¿Competir con los pintores consagrados? Ya fuera de forma consciente o inconsciente, muchos de mis compañeros rehusaron participar, como se sabe hoy. Lo que por otra parte prueba que nuestro propósito era la investigación de los fundamentos y no la presencia en el mercado.
(Extracto de una carta a Wolfgang Kermer de 29 de septiembre de 1990, citado de Kermer, 1992, p. 181)