Peter Grau (1928-2016) asistió a las clases de Baumeister de 1946 a 1953. De 1968 a 1994 fue profesor de formación artística general en la Academia de Stuttgart.
La primera generación de estudiantes de Baumeister, de los años 1946-1947, que estudiaba en el edificio antiguo donde hoy se encuentra la clase de Dreyer, estaba llena de vida, franqueza y camaradería, aunque de vez en cuando hubiera discusiones fuertes. En Baumeister conocí a un profesor que, teniendo siempre claro su camino y llamándonos la atención sobre Cézanne y Picasso, toleraba que en su clase se realizaran trabajos que se derivaban de otras corrientes. Creía firmemente que la era figurativa se extendía desde Giotto hasta Cézanne, y a partir de este último comenzaba la era de la abstracción. Pero esto no le impedía admitir y afirmar excepciones a esta regla.
A él le agradezco que aguzara mi mirada frente a los elementos de la composición de un cuadro, haciéndome comprender las tensiones de una superficie, que pueden servir incluso para crear profundidad en el espacio. A él le debo una mirada más aguda a los solistas –las formas dominantes– en una composición y a su tamaño (volumen) y posición en el espacio del cuadro. A él y a los antiguos chinos les agradezco el haber comprendido que el solista tiene un efecto mayor si aparece allí donde no se lo espera, que las pequeñas desviaciones con respecto a las leyes del ensamblado lógico de una composición no implican una desventaja, por el contrario, estos fallos son los que pueden insuflar vida a un cuadro (ejemplo negativo: el arte por ordenador actual). Su rechazo a las composiciones simétricas se explica por su exquisita sensibilidad frente al juego libre de las fuerzas. Baumeister criticaba de Hölzel el procedimiento de bosquejar un cuadro (... donde todo queda completamente negro por tantas líneas ...), por considerarlo un método demasiado rígido y que no admitía cambios.
Tuve una experiencia singular en una de las frecuentes visitas privadas que hacía a su casa o a su estudio, en el edificio vecino. Al parecer, Baumeister era muy sensible a los cambios de tiempo, pues la baja presión atmosférica le entristecía el ánimo. Cuando había llovizna decía cosas que normalmente nunca se le oía decir. En pocas palabras, acababa de terminar un cuadro al óleo, un precursor de la serie Montaru que presentaba en la esquina inferior derecha un bloque negro inusualmente pesado. Eso me llamó la atención, porque normalmente Baumeister tenía la sensibilidad segura de un sonámbulo para el equilibrio en la composición. Al preguntarle, me respondió que ese cuadro era para él una guerra contra sí mismo, un aguijón en su propia carne y un gran dolor. Estas palabras –bien interpretadas– son monstruosas e implican una rebelión contra las leyes que son más fuertes que el hombre. Ignoro si dejó el cuadro así, pues desde entonces no lo he vuelto a ver.
También le agradezco a Baumeister el haber comprendido la esencia del color, que me fue muy útil aunque mi camino fuera totalmente diferente.
Incluso después de comenzar mis estudios de violín en la Escuela Superior de Música de Stuttgart, no me alejé de Baumeister ni de la Academia. La música era mi segunda vía, pero yo era y seguí siendo grafista.
(Extracto de una contribución al Hommage à Baumeister - Freunde erinnern sich an ihren Lehrer. [Homenaje a Baumeister –Los amigos recuerdan a su profesor]. Catálogo de la exposición, Galería Schlichtenmaier, Grafenau Schloss Dätzingen 1989, pp. 53 y ss.)