Klaus Erler (nacido en 1926) asistió a las clases de Baumeister de 1947 a 1948. De 1958 a 1985 trabajó como grafista para diferentes agencias de publicidad. Además es pintor independiente.
Cómo llegué a Baumeister: en el año 1946 inicié en Stuttgart primeramente la carrera de arquitectura; en vista de la destrucción general de esa época, las principales motivaciones de mi decisión fueron mi idealismo, una considerable habilidad para el dibujo y una imaginación creativa. Pero muy pronto se hizo evidente que los cursos de historia del arte, especialmente sobre el arte moderno, me interesaban mucho más que las clases y los ejercicios de construcción. Como siempre había pintado (principalmente en acuarela), los cursos de arte y en particular los del profesor Hans Hildebrandt me proporcionaron el impulso artístico que necesitaba para decidirme, en enero de 1947, a cambiarme a la Academia de Arte.
Conocí a algunas alumnas de Baumeister (entre otras, Gerdi Dittrich y Jaina Schlemmer) que me animaron a solicitar la admisión a su clase. Sus alumnas me llevaron a la sesión de corrección de su clase, y yo colgué en la pared mi primera acuarela abstracta junto con los trabajos de los demás alumnos. Lo había llamado le rouge et le bleu, pues tenía trazos sinuosos de color rojo atravesados por formas cristalinas puntiagudas en azul, un poco en la línea de Franz Marc, a quien en aquel tiempo admiraba fervientemente. No recuerdo exactamente los comentarios de Baumeister sobre este ensayo, pero es probable que le resultara demasiado expresionista. Sin embargo, al parecer le caí en gracia, ya que después de haber preguntado en privado a Gerdi Dittrich qué pensaba de mí y si debía admitirme en su clase (a lo que ella lo alentó) fui aceptado. Así fue en todo caso como me lo contó después Gerdi Dittrich.
En los primeros tiempos, todavía había en todas esas aspiraciones y decisiones una nota totalmente privada, una atmósfera maravillosa de dar y recibir, una cálida cercanía humana que incluía visitas personales a Baumeister y su familia. De este modo, pude participar en la sesión de correcciones sin estar oficialmente inscrito como estudiante. Pero lo que me impactó por revolucionario fue una exhibición que nos hizo Baumeister de grabados de otros maestros modernos; por ejemplo, nos enseñó y comentó un cuadro de Mondrian que desencadenó discusiones profundas, mientras Baumeister calificaba a Mondrian como uno de los grandes artistas modernos y nos explicaba sus logros. Esta discusión se prolongó incluso en un círculo privado en el que Baumeister se hallaba más bien por casualidad y donde confirmó su opinión favorable a Mondrian.
No pude matricularme hasta el semestre de invierno de 1947-1948, después de realizar en el verano de 1947 unas prácticas como pintor de brocha gorda que me exigía la dirección de la Academia.
Entonces comenzó un intenso período de pintura, investigación, ejercicios y composición, siempre teniendo en cuenta el juicio de Baumeister y el creciente número de estudiantes en la clase. Cuando un día se hablaba en clase del estado artístico en el sentido de la física moderna, yo aporté que se trataba de pendientes de energía, y fui causa de la risa general. Pero Baumeister, moderando solo un poco mi inspiración científica, justificó en principio mi posición ... Fue reconfortante que el maestro me tomara en serio en ese punto.
Sin embargo, en la clase dejaba que me tomaran un poco el pelo por mis cuadros de relámpagos esféricos y que bromearan cariñosamente preguntándome qué era de mis pendientes de energía. –Pero en otra ocasión fue el propio Baumeister quien trajo a colación un ejemplo pertinente de la particularidad del estado artístico. Preguntado sobre cuándo pintaba mejor o bien cuándo lograba ingresar en un estado artístico, nos daba la siguiente explicación: experimentaba un impulso creativo cuando se entusiasmaba por una ida al teatro u otra cosa interesante pero luego, por algún motivo, ese evento no tenía lugar. Si en ese estado de decepción se sentaba ante el caballete, pintaba especialmente bien.
Una vez criticó a un alumno ... que había presentado cuadros sobre lienzo con pesadas costras de color de una pintura al óleo gruesa y pastosa, señalando que eran demasiado dispendiosos en cuanto al uso del color y la intención (dejando de lado conscientemente los motivos de caballos ligeramente surrealistas). En cambio, elogió mis estudios al estilo de símbolos, pintados con tinta china negra sobre papel de maculatura fino blanco amarillento, colgados en la pared un poco a la ligera. Eran a sus ojos más eficaces simplemente por la economía en el uso de material. Pero el ascetismo en la pintura tampoco debía ir demasiado lejos. En general, la composición constructivista, como por ejemplo en Max Bill, le resultaba demasiado exigua, como me comentó en una oportunidad. ...
(Extracto de una carta a Wolfgang Kermer de 16 de abril de 1986, citado de Kermer, 1992, p. 186 y ss.)